En mi lugar
Una ceramista
Desde hace más de 20 años trabajo en un círculo ecuménico de nuestra ciudad que se encarga de preparar el Día Mundial de Oración de las mujeres y apoya asimismo otros eventos de carácter ecuménico, por ejemplo, la exposición para el Año Bíblico. Mi tarea consiste en trasladar los contenidos espirituales a elementos de plasmación artística en la decoración de la iglesia en la que se realiza cada uno de esos eventos.
Un año, el Día Mundial de Oración estaba basado en la frase de san Pablo que dice: «Llevamos este tesoro en vasos de barro, para que se vea que este extraordinario poder es de Dios y no de nosotros» (2 Cor 4, 7). Durante largo tiempo reflexionamos en el equipo de preparación cómo podía concretarse la expresión artística en la decoración. La idea de modelar en la Iglesia un vaso, una jarra, me resultó personalmente muy propicia pues soy ceramista. Así, los pensamientos de nuestra meditación fueron presentados de forma muy ilustrativa: Dios, el Creador, el alfarero, nosotros, los vasos, formados por su mano. El abandonarse a sus manos formadoras en las diferentes situaciones de la vida confiere forma a nuestra vida, una forma que demuestra ser un logro.
Para mí, la colaboración en ese equipo y la intervención en la preparación del Día Mundial de Oración forma parte de mi compromiso apostólico.
(testimonio de una ceramista, Alemania)
Una profesional de ayuda domiciliaria
Mi profesión de ayuda domiciliaria resulta a veces una gran carga porque, en la mayoría de los casos, me toca prestar mi servicio en familias que se encuentran en situaciones difíciles. A menudo me veo confrontada con el cáncer, con enfermedades psíquicas de la madre o del padre, con golpes de la vida como la pérdida de uno de los padres, y debo cuidar y atender bien a los niños de esas familias. Procuro brindar mucho amor y mucha atención a los niños. Cuando les preparo su comida predilecta o los acompaño a los parques infantiles para jugar procuro dedicarme por completo a ellos. Para mí, eso significa ser humana en mi encuentro con las personas en sus situaciones más dolorosas. Quisiera ayudar e intervenir justamente en las situaciones en las que ya nadie lo hace, por ejemplo, en familias de bajo nivel social, que se encuentran en una situación de vida precaria. Eso significa al mismo tiempo proteger con respeto y amor la esfera privada de la familia y moverse en ella con esa misma actitud. A través de mi ser puedo hacer presente a Dios en la familia, hacer que se lo experimente sin recurrir a muchas palabras.
Los tiempos de silencio y de oración me ayudan a salir más airosa en mi profesión. En esos momentos puedo orar por las personas por las que ya nadie más reza, en especial por familias a las que la Iglesia, la fe y Dios les parecen muy lejanos. Al caer la tarde puedo «depositar» esa «mochila» de cosas bellas y difíciles en el rincón de oración de mi casa. Así, presento a Dios en la oración las necesidades y preocupaciones de las personas. Yo personalmente puedo respirar aliviada y ya no tengo que llevar sola todo ese sufrimiento: Jesucristo carga esas cruces conmigo. Pero no sólo traigo cosas difíciles y pesadas a la oración, sino también los momentos hermosos, alegres, en los que experimento la gratitud y el reconocimiento de las personas para con mi trabajo.
Es bueno tener una comunidad que, una y otra vez, me regala nuevas fuerzas espirituales, que me impulsa, sostiene y contiene. Eso también repercute en las familias en las que desarrollo mi actividad. Los niños buscan en mí seguridad y cobijamiento, aun cuando sólo esté con la familia un par de días. Y yo puedo regalarles eso que buscan porque yo misma estoy contenida por la fuerza de la fe y de mi familia espiritual. Si bien estoy sola en el ámbito de mi profesión y de mi trabajo, nunca estoy aislada sino que mi familia espiritual me acompaña. La oración es el sostén para poder estar a la altura de las exigencias de nuestro tiempo en especial en mi profesión, en mi lugar de acción, y poder soportar así las situaciones difíciles que me depara la vida.
(testimonio de una profesional de ayuda domiciliaria, Alemania)
Una maestra de escuela primaria
Una y otra vez lo habíamos hablado en la comunidad: a Dios se lo encuentra en todos los acontecimientos de nuestra vida. Si algo me sale bien, si tengo éxito, si veo algo hermoso, me alegro de esos regalos de Dios. Pero en la enfermedad, en los golpes del destino, en los fracasos, no es tan fácil decir sí y cargar la cruz con Jesús. No obstante, Dios está siempre conmigo y, además, me lo demuestra.
Así fue aquella mañana. Antes de la clase había habido tenido un disgusto importante. Me sentía interiormente muy agitada. Y ahora debía comenzar la clase y, como era habitual, rezar con los alumnos. No podía hacerlo, pues en la oración me hubiese brotado toda la rabia.
Mientras me dirigía al aula se me acerca una alumna. Traía en la mano una bellísima rosa, envuelta, para seguridad, en un pañuelo. «Mi hermano se la envía de regalo. Quería que se la trajera hoy sin falta. Papá tuvo que ir a propósito a cortarla del rosal que hay en el jardín». El hermanito de la alumna esperaba en el patio de la escuela. Le agradecí su obsequio. ¿Sabría acaso qué importante era esa rosa para mí ese día? Al llegar a la clase, había recuperado el control de mí misma. Pero no pude rezar la oración normal de las mañanas. Con la rosa en la mano, me presenté ante la clase. La oración se convirtió en una meditación: «Así es Dios. Él nos regala al mismo tiempo cosas hermosas y cosas difíciles. Esta mañana temprano tuve un gran disgusto. Pero, después, Clara me trajo una rosa de parte de su hermano. Así, sin más. La rosa tiene muchas espinas puntiagudas que pueden herirnos. Pero si se la toma correctamente, sea con un pañuelo que amortigüe las espinas o directamente por debajo de la flor, entonces, las espinas no pinchan. Eso es lo que estoy haciendo ahora con mi rabia». Pocas veces tuve tan concentrados a mis alumnos en la clase durante la oración. Después, pude iniciar la clase sin problemas.
(testimonio de una maestra de escuela primaria, Alemania)