Cuáles son nuestras fuentes de vida
Familia espiritual con el Padre y Fundador
Familia quiere decir que siempre podemos contar con una mano de la que podemos tomarnos, asirnos. Lo mismo vale también para una familia espiritual.
La condición de familia de nuestra comunidad se basa en nuestro fundador. Él nos introduce en la alianza de amor con María. Él es también en la actualidad el padre de su familia. En la vinculación con él se cifra una gran promesa: el don de la unidad.
Experimentamos la familia en encuentros y jornadas formativas periódicas de la comunidad, a través de contactos personales y de la vinculación interior, espiritual. En nuestra vida cotidiana, la mutua pertenencia se convierte en una fuente de cobijamiento, seguridad y orientación.
Familia: una red que nos sostiene.
Vida en concreto
Sé que no estoy sola en mi vida cotidiana. Detrás de mí está la comunidad, con la misma misión, con los mismos objetivos. La comunidad sostiene e impulsa. Lo que yo no puedo hacer, otra lo compensa.
Es difícil orientarse en el caos de opiniones de nuestra sociedad. Mi familia espiritual me indica la dirección y me señala el camino.
En esa comunidad tengo a un «tú» que se interesa por mis experiencias de fe, de modo que puedo comunicar algunas cosas de mi interior. En determinadas situaciones (operación, muerte de un ser querido, dificultades en la profesión) se percibe la comunión en la oración.
Sin la comunidad familiar y la formación recibida en la Unión Apostólica Femenina de Schoenstatt, y sin la unión interior con nuestro Padre Fundador, nunca habría podido superar las fuertes exigencias de mi profesión.
Como hija de mi familia natural, y después en mi familia espiritual, la Unión Apostólica Femenina, he experimentado que el amor de Dios está cerca de nosotros, los hombres. Dios da a cada uno su oportunidad de comenzar de nuevo. Cuando en nuestra infancia habíamos hecho algo malo, se nos reñía, pero después, todo estaba bien de nuevo. Posteriormente, en la Unión Apostólica Femenina, la experiencia fue que, independientemente de lo que pudiese haber andado mal, al caer la tarde cada una reflexionaba en su examen de conciencia cómo podía comenzar de nuevo, sin reservas. Son experiencias que no he tenido tanto en mi trabajo profesional cotidiano.
A veces, ese nuevo comienzo era un proceso prolongado, pero, después, la cosa andaba realmente como debía. Había avanzado un tramo más en mi autoeducación y había experimentado lo que significa ser aceptado en el seno de una familia. Todo ser humano es valioso ante Dios. Esta misma experiencia es la que quisiera trasladar a la clase de escuela primaria que tengo a mi cargo.
En la mayoría de los casos, con los niños resulta fácil. Pero hay casos límite: por ejemplo, Torsten. Hoy, en el recreo, se produjo un nuevo incidente. Toda la clase estaba en contra suya. Ni pensar en tratar algo del temario. Las acusaciones se desgranaban como un rosario. «Pero, ¿es que Torsten no ha hecho nunca nada bueno?», pregunto. La clase hace silencio, reflexiona. A continuación, algunos mencionan dos o tres ocasiones en que Torsten ayudó a otros, y que también posee una que otra capacidad positiva. «¿No creéis que él puede ayudar a otros más seguido?» Algunos asienten con la cabeza. La proscripción se ha terminado. La clase acaba de dar una nueva oportunidad a Torsten. Ya se lo ha aceptado nuevamente. Entonces, dejo también muy claro que cada uno de nosotros hace cosas malas, comete errores y necesita una nueva oportunidad.
Entretanto, Torsten ha llegado a ser capaz de permanecer sentado con otros alumnos en torno a una mesa. Las cosas no siempre salen bien, pero la comunidad de la clase, tan variopinta como está compuesta, sostiene y protege.
La convivencia familiar significa que cada uno tiene en la familia su tarea propia y única, y todos crecemos en el trato con los otros. «Servir desinteresadamente a la vida ajena», dijo nuestro fundador al respecto. Eso mismo es lo que intento con mi clase. La pertenencia a la familia espiritual de la Federación Apostólica Femenina de Schoenstatt me da fuerza para acometer esa tarea.
Palabra del fundador
¿Qué quiere la Federación?
Quiere dar una respuesta original a nuestra hambre de familia. (J. Kentenich)
La Federación tiene una importancia extraordinaria para el futuro, puesto que la forma en la que cultivamos la familia responde fuertemente a las necesidades del hombre moderno. (J. Kentenich)